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Las potencias bananeras

Por Carlos Alberto Montaner

(FIRMAS PRESS. Madrid) Hay que acuñar la frase "potencias bananeras". Eso es justicia poética. Las repúblicas bananeras no eran tomadas en serio. A las potencias bananeras habrá que aplicarles la misma medicina. La expresión proviene de los años treinta y cuarenta, cuando "Mamita Yunai" –la United Fruit Company-, generalmente en contubernio con la CIA y el Departamento de Estado, ponía o quitaba gobiernos en América Latina. Tiempos en los que se suponía que dictadores como Ubico, Carías o Hernández, feroces con sus propios pueblos, se sometían dócilmente a la autoridad del gerente americano de turno. Ahora les ha llegado su momento a Washington y a Bruselas. Chiquita Banana, la sucesora de la United Fruit, ha conseguido que el gobierno de Estados Unidos se enfrente nada menos que a la Unión Europea en defensa de sus exportaciones de plátanos latinoamericanos al Viejo Mundo, poniendo en marcha una de esas estúpidas guerras arancelarias capaces de desencadenar un peligroso crescendo de medidas y contramedidas, aun cuando el conflicto se centra en un producto que no alcanza al 1% de las transacciones entre los dos gigantes económicos. Es triste que a ambos lados del Atlántico ignoren la historia: no hay duda de que la Primera Guerra mundial, la Revolución Soviética del 17 –su inmediata secuela- y, naturalmente, la Segunda Guerra que luego sobrevino, fueron propiciadas por el proteccionismo creciente que ahogó paulatinamente el comercio internacional tras la guerra franco-prusiana de 1871.

Pero si "bananera" resulta la potencia norteamericana, no es muy diferente lo que sucede en la Unión Europea. Con similar capacidad de intriga a la desplegada por Chiquita para reclutar a Clinton como director de mercadeo de sus plátanos latinoamericanos, los hábiles productores canarios han logrado exactamente lo mismo con los jerarcas políticos en Bruselas: han puesto a los quince países al borde de una batalla fiscal con Estados Unidos para proteger su produccion –más cara y de inferior calidad- de la competencia americana, sin tomar en cuenta que se trata del gran socio comercial y científico, así como del gran aliado militar. ¿Cómo lo lograron los canarios? Esgrimiendo el fatigado argumento de los puestos de trabajo: cuarenta mil familias canarias verían seriamente afectadas sus economías si Europa permite que los bananos latinoamericanos, exportados –entre otras empresas- por la compañía estadounidense Chiquita, entraran a competir libremente. Nadie, por supuesto, ha pensado en los millones de consumidores que se beneficiarían de una fruta mejor y más barata, ahorro que se destinaría a la adquisición de otros productos, y casi nadie ha reparado en el hecho de que tres veces –tres- la Organización Mundial del Comercio le ha dado la razón a Estados Unidos, ante lo cual la UE ha ensayado unas maniobras dilatorias –eso sí, perfectamente legales- para demorar el cumplimiento de las resoluciones.

Una de las grandes debilidades de las democracias radica que los gobiernos suelen convertirse en rehenes de los empresarios poderosos o de los gremios organizados, algo que siempre resulta en perjuicio del conjunto de la sociedad, especialmente de los más pobres: los que ni saben ni pueden defender sus intereses. Unas veces son los mineros asturianos o polacos, quienes con gestos broncos exigen y obtienen subsidios para mantener unas explotaciones carboníferas absolutamente irrentables, y otras son los empresarios agrícolas franceses que se comportan como vándalos destructivos para impedir por la fuerza el ingreso al mercado galo de productos españoles que cuentan con una mejor relación entre el precio y la calidad. Estados Unidos, que en Europa es el paladín del libre comercio de plátano –lo que es de aplaudir-, dentro de sus propias fronteras protege su industria azucarera con aranceles exorbitantes, mientras subsidia la producción o la no producción –algo aún más aberrante- de ciertos granos o de productos lácteos. Incluso, hasta se escuda en intrincados reglamentos sanitarios para impedir que otros exportadores, como sucede con el pollo guatemalteco, lleguen a sus territorios. Ahora mismo, en medio de su guerra bananera, ¿cómo responde Estados Unidos a las argucias europeas que impiden la exportación de bananos? Imponiendo aranceles a una serie de productos de la UE. Es decir, castigando a los propios consumidores norteamericanos que deseen comprar pieles italianas o bolígrafos belgas. Extraña manera ésa de penalizar a los europeos golpeando a los norteamericanos en el bolsillo.

Esta ratonera sólo tiene una verdadera salida: luchar por el arancel cero y el fin total de los subsidios, para que sean los consumidores y no los "buscadores de rentas", con sus costosos cabilderos y su permanente compra de conciencias, quienes determinen el éxito o el fracaso de los productos en el mercado. No se deben hacer excepciones, porque los mejor dotados, los mejor organizados, que suelen ser los más ricos, encontrarán siempre una forma de defender un trato privilegiado. Unas veces invocarán los puestos de trabajo que se crean o destruyen, otras, dirán que se trata de industrias y productos "estratégicos", sin los cuales la patria peligra. A los agricultores de Estados Unidos y de Europa –por ejemplo- cuando se les recuerda que apenas constituyen el tres por ciento del censo, pero reciben el 50 de los subsidios, responden con un dato impresionante, totalmente carente de sentido: "sí, pero gestionamos el 80 por ciento del territorio". ¿Y qué?

Hay que desterrar la devastadora noción de que los Estados sólo tienen intereses. Esa fue una perversa idiotez dicha por Gladstone. Las empresas y las personas son quienes tienen intereses, generalmente esos intereses entran en conflicto, y lo más conveniente es que el mercado sea la institución en donde esos conflictos encuentren solución. De ahí que los Estados, incapaces en el terreno económico de precisar qué demonios es eso de los "intereses generales", sólo pueden sostener y aferrarse a los principios, y si son verdaderas democracias, esos principios tienen que ser neutrales. Yo mismo, cuando era más joven y más ignorante, he repetido la falsedad de que "lo que es bueno para la general Motors es bueno para Estados Unidos". Ese el principio del bananerismo. [©FIRMAS PRESS]